Un blog hecho con Papel Higiénico Burgués...(de Elite)

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jueves, 16 de septiembre de 2010

Aquel Templo. Parte I

Éste cuento es traído a ustedes con mucho esfuerzo y placer: Sepan disfrutarlo. La parte 2 en breve: 

                                                                El Templo
por Julián Miana

En una planicie verde únicamente surcada por el marrón de algunas piedras cubiertas por el barro, solo el templo maldito se interpone en la infinidad.
Una construcción que solo el tiempo vio nacer, y solo él verá morir. Camuflado por el ambiente gracias al añejo musgo instalado en zonas de las columnas que rodean al pozo, este altar maldito, que precede al templo es lo más tranquilo. Así, en superlativo. Tan tranquilo como la locura misma, como la planicie, como el musgo, como el crecer de una hebra de césped. Es como si se escondiera de si mismo dirían algunos lugareños.  Una fachada antiguamente moderna que haría al ignorante confundir éste lugar con uno aún en. Funcionamiento, ésa es la palabra.
Para la mirada de los dioses, este lugar era tan joven como un soplido que acaba de producirse.
El conocedor,  y el erudito, únicamente son conscientes de la verdadera naturaleza profana de aquel lugar añejo. Y eso era lo que yo me proponía.
Al entrar me sorprendió el color de las paredes, tan claro, tan recién pintado. El mármol tan brilloso, sin manchas, sin años. No existía el tiempo alrededor del templo. Ventanas con esmerilados nuevos, bancos para la congregación. Un altar para el líder de los feligreses.
Me llamó la atención la ausencia de ídolos, santos, o figuras divinas a las cuales rendir culto. El espacio estaba ahí, sin señal alguna de robo o perpetuación indeseada. Sin señal alguna de existencia de dichos ídolos.
La lectura de las placas kring, deinn y jahet incomoda la escena. Poco ayudaba el aire viciado, húmedo que rondaba. Se hacía prácticamente visible el deseo del templo para que yo lo abandonase. Pero mi deseo era investigarlo y yo jamás dejaba inconcluso un objetivo. El acercamiento, tengo que reconocerlo, era producto de la curiosidad. Pero no era la curiosidad que lleva a un hombre a descubrir las ondas de radio, no, era la curiosidad insaciable de un loco. Aquella que nos despierta en el medio de la noche con pensadillas, con horror en la mente, con sudor en la cama.
Tan fuerte era el hedor, lo fétido, que la necesidad de vomitar sobrepasó mis capacidades de mantenerme dentro de la línea de la educación. Al volver intenté recorrer cada recoveco, observando con detenimiento todo lo circundaba.
Encontré una puerta en el suelo bastante tosca, pero bien conservada. Al pie del altar, con una agarradera de piedra negra.
Tirando de ella hacia arriba y con mucho esfuerzo logré abrir aquella entrada que bajaba a un túnel oscuro con la oportuna escalera para poder bajar. ¿Por qué bajar? Parecía muy peligroso. Pero nada podía hacerse contra la obsesión que me perseguía.
Bajá, bajá, bajá. Por lo que tomé la escalera por los costados y comencé el descenso.
Progresivamente el hedor se hacía más y mas insoportable. Tapé mi nariz con un pañuelo, luego de intentar sacarlo a tientas. Oscuro como estaba todo, no podía dar un paso. Ni uno solo.
Fumaba desde chico, desde los dieciséis años, por lo que jamás dejaba mi casa sin un atado y una lumbre. Recordé eso en el momento que mas lo necesitaba.
Con el encendedor en una mano y un pañuelo sostenido con la otra, en mi nariz avancé unos metros, o un par de centímetros. No sé. Parecieron kilómetros. En esa oscuridad las propiedades de volumen, alto, ancho e incluso aquellas de, el estado solido de las cosas perdían valor. El silencio, engullidor como bestia de grandes fauces tomó mi alma para reducirla a meros pedazos de ser. Jamás debería haber bajado a esa profundidad.
Pero, ¿Cuánto bajé? Nunca pude saberlo.
El miedo no era algo que hubiera sentido antes. Al menos no de la manera que se presentaba ahora. Esa sensación de aprensión, de que algo me tenía agarrado por el cuello.
Caminé un poco, chocándome con lo que parecían ser cajas. Polvo viejo, ya asentado, grabado casi en la madera.
De repente se paró, o me paré yo. Majestuosa, ante mi aparecía una puerta que brillaba ante mi débil luz, como si fuera de oro.  

2 comentarios:

  1. Eso es lo que tiene la entrega por partes. Atrapa. Genera una necesidad. En este caso de saber ¿como termina? ¿que encontraremos detrás de esa bendita puerta?... Habrá que esperar hasta tu prox. publicación y sabremos... Me gusto el ambiente, como lo vas llevando pero me es imposible juzgar sin una segunda parte!!! Abrazo grand!

    Franco

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  2. Esto viene de capitulos?, genial, me gustan los buenos relatos por blog, saludos!

    jlg

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